Un mar de fueguitos...

"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
—El mundo es eso —reveló—. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende."

Eduardo Galeano
( El mundo , de "El libro de los abrazos")

*******************************************************************************************

lunes, 28 de marzo de 2011

Oroño bajo la maleza y el olvido

Esta es la historia de Oroño, un pueblo del interior de la provincia de Santa Fe pero que podría ser la historia de tantos pueblos a lo largo y ancho de nuestra patria. La provincia de Santa Fe está compuesta por 362 distritos entre pequeñas localidades y ciudades, y de éstas, más de un centenar está en riesgo de desaparecer por despoblamiento. Así lo muestra una comparación resultante de los censos de 1991 y 2001. (Los datos del censo 2010 aún se desconocen).

Pero en esta situación no se tiene en cuenta a las pequeñas poblaciones rurales emplazadas en el interior de las colonias -o campos propiamente dicho- que forman parte de algunos de los distritos mencionados y que tienen vida propia e independiente de aquellos. Si se tuviera en cuenta estos micro urbanismos, serían más del doble las poblaciones en riesgo de desaparición de las que se mencionan en distintos medios gráficos de tirada nacionales, amén de los ya desaparecidos totalmente.

Algunos ejemplos son: Oroño, en el departamento San Gerónimo; Nevada, Pantanoso, Ovejitas, La Mora, La Rinconada, en el norte del departamento San Justo; San Pedro, en el departamento La Capital;…y las poblaciones que han quedado reducidas al mínimo: La Blanca; Pedro Gómez Cello; Iriondo; ABC; La Teresita; Francisco Paz…éstas de los lugares que hemos visitado en estos casi 4 años de programa “Historias de Pueblos Olvidados” y blog “Allá Lejos….Mi Pueblo”.-

En el presente posteado, segunda y última entrada que denominamos: “Francisco Paz y Oroño, dos pueblo vacíos”, les presentamos a Oroño, “el dolor de ya no ser”. Un pueblo desaparecido, cuyos despojos yacen bajo la maleza que crece anárquicamente por la falta de la presencia humana, y donde ha quedado solo un (a) habitante real del pueblo original.

EL DOLOR DE YA NO SER”

Como se puede leer en el libro “Análisis integral de la Provincia de Santa Fe”, Oroño es uno de los únicos casos en la provincia que responden a la supresión de una comuna…. Tal vez el más representativo, ya que después de 70 años de vigencia, dejo de tener efecto en el pueblo, el presidente comunal.

Fundado en 1873 por quien fuera gobernador de la provincia durante el período 1865-68, Dn Nicasio Oroño, el pueblo tuvo su comuna a partir del 16 de septiembre de 1886, mientras que su distrito ocupaba 43 kilómetros cuadrados. Sin embargo, por decreto del 7 de mayo de 1957, se dispuso la cancelación del ejercicio de dicha comuna, por lo que el pueblo pasó a jurisdicción de Gessler, distante 6 kilómetros al Norte.

También conspiró desfavorablemente para su desarrollo, la clausura de su servicio ferroviario, operada pocos años después, el cual correspondía al ramal Empalme San Carlos – Gálvez, del FF. C.C. Belgrano. Por lo tanto, Oroño ha pasado a ser un pueblo aislado, distante 65 km. de la ciudad de Santa Fe.

En la actualidad se pueden observar solo ruinas de lo que fue un pueblo pujante y cargado de esperanzas. La estación ferroviaria que marcaba el ritmo y la vida del pueblo; el molino harinero que recuerda un tiempo de infinitos trigales; el viejo y derruido edificio de la comuna donde también funcionó la escuelita primaria; callecitas mudas aún visibles perdidas entre la maleza y la vegetación crecida anárquicamente a causa del olvido.

Y en los campos ya no se ve el lento desfile de las vacas rumbo a los tambos para su ordeñe diario, y donde los montes desaparecieron bajo la sierra del hombre haciendo llanuras por donde se marchó la gente.

Todo es destrucción, olvido, silencio, tristeza. Como decir que ha quedado solo un(a) habitante que pasa sus días junto a su gato, sus dos perritos, un lorito, su jardín y la huerta.
Doña Beba Odetti, con sus jóvenes 81 años recrea para nosotros la historia de su “viejo” Oroño que seguramente se esfumará con su muerte.

NUESTRA CONVERSACION CON DOÑA BEBA
(Entrevista realizada en agosto de 2009)

Ya había entrado la noche cuando llegamos a su casa. Con una lamparita a kerosene en su mano (no hay servicio de energía eléctrica) doña beba nos invitó a pasar. Una vez en el interior de la casa, con la ayuda de “tito”, un compañero de la radio y de viaje en esta oportunidad, doña beba encendió el “sol de noche.” (Quien alguna vez vivió en el campo, antes de la electrificación rural, sabe de lo que hablo).


Doña Beba con su farol a gas (sol de noche)

¿Doña beba, a que edad llegó Usted a Oroño?
_Bueno…yo llegué a Oroño cuando tenía 11 ó 12 años, fue en 1941 pero desde antes y desde el campo ya venía a la escuela.

_ ¿y qué recuerda del pueblo de aquellos años?
_ Que había mucha gente. Muchas casas y también negocios: almacenes de ramos generales, boliches, salón de bailes, panadería y también una botica (farmacia). Lo único que faltó siempre fue doctor, por lo que teníamos que ir hasta el otro pueblo. Pero un día la gente se empezó a ir, desarmaba su casa y se iba a otros lugares en busca de trabajo.

_ ¿Qué hacía Usted y los demás chicos en el pueblo?
_ Bueno…íbamos a la escuela cuyo edificio ya no existe…ayudaba en mi casa y a veces con mis hermanos nos escapábamos a la estación a ver pasar el tren y el coche motor.

_ ¿Cuántos alumnos eran en esa escuelita que ya no existe?
_ Eramos 35 alumnos aproximadamente.

_ ¿Eran de familia numerosa?
_ Mi padre, mi madre y 6 hermanos. Todos vivimos aquí aunque algunos luego de casarse se mudaron a otros lugares. Ahora quedamos solo tres. En Oroño quedé yo sola.
_
¿A qué se dedicaba su padre?

_ El molino harinero era la fuente de trabajo más importante del pueblo por aquellos años. Mi abuelo transportaba la cosecha de trigo hacia el molino. Luego se incendió y quedó cerrado un tiempo. Volvió a funcionar y otra vez se incendió; de allí nunca más abrió sus puertas. Tampoco se supo que pasó verdaderamente.
Además, había sido decretado monumento histórico y no sé porque se dejo abandonar tanto. Ha quedado reducido a escombros.
_
¿Cómo es vivir hoy en Oroño?

_ Aquí no ha quedado nada ni nadie. Las compras las hacemos en Gessler o Larrechea (dos pueblos vecinos). Hay que dejar que pasen las horas no más….

_ ¿Qué le encuentra de lindo a este lugar?

_ De lindo nada. (Risas) Pero estoy tan acostumbrada a todo eso que no me doy cuenta ni siquiera del tiempo que pasa. Hace 32 años que murió mi esposo y siempre me quedé aquí.


Portillos de entrada a la casa de doña beba


Doña Beba, al igual que La Oma, también tiene un lorito con quien gasta sus horas del día

_ ¿Cómo es un día suyo?
_ Bueno…me levanto a las 7 y media de la mañana y me acuesto con la noche aunque temprano. A veces se me hace corto el día… tengo mi jardín, la huerta, los pajaritos que atender, algunas gallinas….

Y doña beba sigue hablando y recordando frente al grabador que da vueltas y vueltas mientras con tito le tomamos algunas fotos sin antes acomodarse un poco su cabello. De tanto silencio y falta de un oído que la escuche, no se dejó nada que pudiera contar.

_ Doña beba, ¿Pensó alguna vez en irse de este Oroño?
_ No. Nunca. Yo nací en el campo muy cerca y desde muy pequeña que vivo aquí. Me siento parte de cada ladrillo de esta casa, y en cada rinconcito de este lugar tengo un recuerdo, mis recuerdos mas queridos, mas añorados… por eso no me puedo ir. Me sacarán cuando me muera.

Nos despedimos y doña beba nos invita a regresar, compromiso que asumimos con tito que mucho le costó volver y encontrarse con esa historia que lo formó. Vi la alegría reflejada en el rostro de doña beba como también la emoción del amigo que se reencontraba con una parte de su pasado inolvidable.

Y la promesa la cumplimos. Volvimos a Oroño y fuimos a visitar a doña Beba, que a decir verdad su nombre es Genoveva, que el próximo 1º de abril cumplirá 84 años. Volveremos para festejar su cumpleaños.


GALERIA DE IMAGENES

Camino por el cual se arriba a Oroño

Ruinas de la estacion ferroviaria

Lo que quedó del anden.. solo una pared de ladrillos colocados de rafa

Otra toma del edificio de la estación



Herramientas rurales de la época olvidadas entre la maleza



Era la em,presa molinera mas importante de la zona

Lo que queda de la chimenea del molino en el cual también había una panadería
*****************************************************************************
Hasta la próxima historia...

jueves, 10 de marzo de 2011

FRANCISCO PAZ Y OROÑO, DOS PUEBLOS VACIOS

Los pueblos Francisco Paz y Oroño tienen una historia análoga en cuanto al olvido, lo que hace que de a poco vayan desapareciendo. Francisco Paz, con sus 8 habitantes, en el sur de la provincia, y Oroño, en el centro santafesino, con un solo habitante y octogenario, yace bajo la maleza que crece indiscriminadamente a falta de la presencia humana.

En este primer posteado de esta historia, les presentamos a Francisco Paz.

Francisco Paz, un pueblo santafesino de una sola esquina

Allí, a unos nueve kilómetros al oeste de Santa Teresa, alguna vez supieron ser más de un centenar, pero hoy -y desde hace más de una década- son sólo ocho los pobladores que resisten con estoicismo el abandono del terruño que los vio nacer y crecer.

Sin la ayuda de algún cartel indicador que guíe al visitante, es necesario andar un rato por polvorientos pero bien cuidados caminos rurales para llegar a este pequeño paraje que, definitivamente, parece haber perdido una desigual pelea contra el paso del tiempo.

Francisco Paz tiene trescientos metros de largo y una sola esquina. A lo largo de la calle, un tupido monte de eucaliptos, acacias y moras salvajes amenazan con tapar todo lo que queda de lo que alguna vez fue un proyecto de pueblo rural. Enfrente, un puñado de derruidas construcciones -algunas abandonadas- devuelven un paisaje detenido hace décadas.

En la única esquina del paraje, un oxidado surtidor a palanca hace las veces de incólume testigo de casi un siglo de historia, de épocas cuando el campo era una epopeya de trabajo, y los sueños de los primeros inmigrantes se hacían realidad de la mano del sacrificio sin cuartel.


Rastro de un rico pasado

"Aprobado por la Dirección General de Combustibles", reza aún, ostentosa, una chapa adherida al surtidor marca Siam Di Tella, acaso la única muestra de un rico pasado que, paradójicamente, quedó trunco por efecto de un progreso que, parado en la única esquina, el cronista no alcanza a discernir.

Con la amabilidad propia de la gente de campo, y con todo el tiempo del mundo, Rubén Agud se convierte en improvisado guía y contador de historias de Francisco Paz, el pueblo que se podría decir fundaron sus abuelos; donde nacieron sus padres, él, su hermano y hasta su sobrino.

"Mis abuelos, Rafael y Andresa, vinieron de España y se instalaron aquí en 1923. Mi abuela sabía contar cuando llegaron que aquí atrás sólo había una familia de indígenas, que después la trasladaron al norte", relata este hombre de 42 años, que tiene un parecido a Marcos Mundstock que realmente impresiona.

Los Agud son seis, y junto a los hermanos Marsol los únicos habitantes del paraje. "En la esquina, mi abuelo y después mi padre tuvieron un almacén de ramos generales, carnicería, panadería y hasta peluquería. Aquí al lado funcionaba una oficina de correos, y en aquella ventana verde está la habitación donde nació mi papá", describe Rubén.

"Yo era chico, pero me acuerdo cuando aquí adelante estaba lleno de sulkys de la gente que venía a hacer las compras, y los días de lluvia, cuando en el campo no se podía trabajar, era todo una fiesta", recuerda.

Sentado sobre una vieja tabla de quebracho que alguna vez supo estar ubicada en la vereda del almacén, con la mirada enfilada hacia la única esquina, reconoce las causas de aquel trunco destino: "Esto se fue cayendo cuando durante el gobierno del general Onganía se expulsó a los productores de las chacras. Entonces ya no quedó más gente en el campo".

En sus tiempos florecientes, el almacén de los Agud -ahora cerrado y casi en ruinas- recibía el vino en bordalezas, la harina en bolsas y toda la mercadería llegaba por ferrocarril.

"Aquí enfrente está la estación", sorprende Rubén señalando hacia el monte, ante la incredulidad del cronista que se resiste a pensar que en medio de ese bosque abigarrado y casi impenetrable haya alguna construcción.

"Si encontramos un lugar por dónde llegar podemos verla", invita sonriente el anfitrión, y sin esperar respuesta se interna en el bosque, que de tan tupido no deja pasar la luz del sol. Y así es, nomás. A pocos metros, y semioculto por la vegetación, el viejo edificio ahora sin techo aparece como surgiendo de un cuento ambientado en Macondo. "En esta habitación vivía el encargado, y allí estaba el policía del pueblo", ilustra Rubén. Vanos se hacen los esfuerzos para tratar de llegar hasta las viejas vías o a la estructura principal de la estación, ahora inaccesibles.

"Una de las últimas actividades que recuerdo en este ramal fue durante la Guerra de Malvinas. Por aquí pasaban vagones cargados de armas y cañones para el sur, porque esta línea comienza en Río Tercero y creo que llega hasta el sur. Vi pasar los trenes, pero nunca volvieron", dice mientras se estremece.

Por la misma calle, un poco más allá de los Agud, viven los hermanos Marsol. Armando, de 74 años, y su hermana son los otros dos habitantes del paraje. El cronista se entera que el hombre supo ser mecánico y que antes trabajó en las máquinas cosechadoras, pero casi una decena de perros que rodean al auto cuando paramos frente a la casa pronto nos hace desistir de la intención de entrevistarlos.

El viento continúa formando remolinos de tierra en la única esquina de Francisco Paz. Una camioneta 4x4 pasa a toda marcha y la nube de polvo cubre todo el lugar. La perrada que estaba en lo de Marsol la corre por detrás a puro ladrido. Pronto vuelve la quietud. Mientras, el incesante canto de los pájaros le sigue poniendo música de fondo a tanta paz que, que por ser tanta, hasta parece exagerada.


Una escuela sin chicos, pero con recuerdos

A cincuenta metros del caserío de los Agud está la que alguna vez fuera la Escuela Rural Nº 95. Cerrada desde hace años, el edificio sigue muy bien conservado, aunque el yuyal que lo circunda parece ahogarlo como el progreso hizo con Francisco Paz.

"Como ex alumna del CER Nº 95, escuela rural de ese querido pueblo de mi niñez, tengo muchos recuerdos e historias para contar. Soy tercera generación de alumnos y también fui vecina de esos ocho habitantes que aún quedan. Agradezco infinitamente que se acuerden de Francisco Paz y de su rica historia", dice el texto de un mail que Paola Papeschi envió a LaCapital.

"Yo estudié en esta escuela en la década del 70. Habremos sido una docena de pibes. Después se cerró porque no tenía más alumnos, el campo se fue quedando sin gente y sin chicos", reflexiona por su parte Rubén Agud.

Detrás del edificio escolar se adivina un pequeño sector de camping con mesas y bancos de cemento, al lado de una canchita de fútbol también invadida por el yuyal. Unas botellas vacías de gaseosas revelan que alguien pasó allí un grato momento bajo la frondosa arboleda.

Margarita Tévez vive en Rosario, y si bien no nació en Francisco Paz atesora imborrables recuerdos de su niñez, cuando llegaba en tren para visitar a sus abuelos y tíos, los Martini, que vivían en los campos aledaños.

"Mi madre nació allí, pero a los 18 años conoció a mi padre, se casó y se fueron en sulky a Casilda. Cuando yo era chica iba en tren a Francisco Paz, me bajaba en la estación que estaba enfrente de Agud y mi tío venía a buscarme en moto. «Llegó Margaritella», decía la nona cuando me veía entrar. Era toda una aventura que jamás olvidaré", recuerda la mujer con una emoción que ni el teléfono puede disimular.


Fuente: La Capital (Rosario)



GALERIA DE IMAGENES
















Nota: Las fotos de este posteado pertenecen al blog de OTMARJ80 de "Taringa".

miércoles, 2 de marzo de 2011

¿ESCUCHAN... EN EL FONDO?

VUELVE POR RADIO UNIVERSIDAD


Desde abajo, todos sonríen ante el desafío de la continuidad, mientras desde arriba alguien comparte también con alegría la iniciativa. Foto: Mauricio Garín.

El programa celebró veinte años en el aire y tras la desaparición física del querido Eduardo Baumann retorna al aire.


El programa “¿Escuchan en el fondo?” celebró en 2010 veinte años de permanencia en la radiofonía santafesina. Comenzó por LT 10 Radio de la Universidad Nacional del Litoral con un día de emisión a la semana, conducido por Jorge Céspedes y el entrañable Eduardo Baumann. Posteriormente el programa se amplió a todas las trasnoches de la semana, de lunes a viernes. Ahora retorna por la misma emisora este lunes a la medianoche, para reencontrarse con sus seguidores.

Comenzado el nuevo siglo, fue Eduardo Baumann quien se hizo cargo de la conducción. La característica principal del programa era la diversidad de la temática de los distintos micros que se ofrecían a los radioescuchas, que con el tiempo han ido variando. Hoy el programa consiste en micros (uno o dos cada noche) realizados por los especialistas de música clásica y popular en vivo, artes plásticas, literatura, matemática, tango, física, medios de comunicación, pueblos olvidados de la provincia y cine.

La participación

Por supuesto, como otra característica esencial del programa, siempre hubo y seguirá habiendo participación de los oyentes sobre la diversidad de aquellos temas que se abordan, además de invitados especiales por algún hecho en particular, siempre relacionado con la actividad cultural de la ciudad y toda la zona de influencia del medio.Las puertas del programa, como sostienen sus responsables, siempre estuvieron y estarán abiertas para todos los artistas que quieran anunciar sus presentaciones.

Quienes hacen “¿Escuchan en el fondo?” recuerdan con sentida emoción que el querido Eduardo Baumann se fue en diciembre y esa dolorosa circunstancia provocó “que nuestra energía esté puesta en la continuidad, en el respeto a la inteligencia y la audacia de Eduardo al convocarnos”.

Quienes han asumido la hermosa idea de la continuidad son Héctor Rotger, Horacio Bacigaluppo, Domingo Sahda, Stella Ricotti, Pablo Bocatto, Guillermo Girardini, Néstor Alessio y Antonio Brumnich.



Nota y foto editada por diario El Litoral de Santa Fe.-