Una maestra está haciendo dedo en el ingreso del pueblo, justo donde empieza el camino de tierra, desde hace algo más de un año mejorado con ripio. Desde hace un buen rato permanece bajo el fuerte sol del mediodía, a la espera de algún pueblerino o productor servicial que la acerque hasta Videla. Es que ninguna empresa dedicada transporte de pasajeros ingresa en la actualidad a Naré. Y eso implica una pequeña y cotidiana odisea para los docentes que cada día llegan de localidades vecinas a cumplir con su deber en la escuela primaria del lugar.
Hasta casi 20 años atrás, la realidad de este pequeño pueblito del departamento San Justo, ubicado unos 20 kilómetros al este de la Ruta Nacional 11, era radicalmente diferente: todavía contaba con el tren como vínculo con el resto del centro norte de la provincia. Hoy, Naré se encuentra en cierta medida en una situación peor de la que estaba con el ferrocarril sostienen los narenses
Un ejemplo práctico, que ilustra con claridad como es la vida cotidiana en el pueblo, tiene directa relación con la inexistencia en la actualidad de cualquier tipo de diarios, periódicos o revistas. Mientras que tres lustros atrás, “una hora después de que el diario salía en Santa Fe, lo teníamos acá". Algo similar ocurre con la correspondencia: la comuna debe ocuparse hoy de retirarla en San Justo -distante más de 30 kilómetros-, mientras que el tren garantizaba la llegada de cualquier misiva en tiempo y forma.
El tren era todo
Las callecitas de Naré conservan esa impronta tan característica de los pueblos chicos. El almacén de ramos generales, la iglesia y alguna que otra casona que envejece, son vestigios del auge que vivió el pueblo décadas atrás. Naré llegó a tener alrededor de mil habitantes en su auge. Después decayó hasta tener menos de 500, y hoy está aproximadamente en 600 pobladores.
Volver a vivir
Para la gente de Naré, la posibilidad de que los trenes vuelvan a pasar por esa estación ubicada a poca distancia de sus casas sería "prácticamente volver a vivir". Incluso les permitiría empezar a soñar y a proyectar en serio. Este pueblo, al igual que otros, fue testigo de un país del que no sólo formaba parte como un punto más en el mapa, sino como pieza fundamental de un modelo de desarrollo, al que estaba vinculado gracias al ferrocarril. Hoy, sus habitantes se aferran a la posibilidad de que la vuelta del tren les ayude a recuperar su identidad.
Fuente: diario El Litoral (Santa Fe)
Leyenda del cacique Naré
El fuego que bautizó a un pueblo
Por: Oscar Aguiar (Naré)
El verano era caliente en Santa Fe, el sol golpeaba a pleno en esa zona, tal vez era febrero, el cacique de aquella tribu de abipones acababa de llegar con su carga de pescados, todos ensartados en la vara de su lanza, los sábalos se desparramaron por el suelo al volcarlos sobre el extremo.
El calor era agobiante, al sur gruesos nubarrones presagiaban una inminente tormenta, se elevó sobre su figura y miró el cielo, su tez desnuda y bronceada mostraba la imagen de un gran ejemplar de hombre, pero el cacique estaba preocupado, precisamente en ese tiempo debería nacer su primer hijo...
Miró hacia la choza de paja donde su mujer, tendida en el suelo estaba a punto de dar a luz. Una ráfaga de viento le movió los cabellos como acariciándolos, el indio se golpeó el pecho pidiendo al cielo una señal. Su hijo nacería y debería ponerle un nombre… la tradición indicaba que él no debía presenciar su nacimiento.
Se internó en el monte cercano, mientras que los primeros truenos se hacían escuchar y los relámpagos, cada vez más cercanos, anunciaban la tormenta. El llanto del niño y el griterío de las mujeres de la tribu anunciaron que el bebé había nacido en ese momento.
Un relámpago cegó al cacique, seguido de un tremendo ruido el trueno ensordeció al hombre y un viejo algarrobo seco empezó a arder, el rayo había caído justamente en él. Enseguida el fuego se extendió por la misma acción del calor.
El cacique había quedado paralizado un poco por la emoción de ser padre y un poco, tal vez, por el rayo que había caído a pocos metros de él.
El fuego le quemó los pies desnudos y entonces corrió gritando para que toda la tribu se alertara ¡Naré, Naré, Naré!
Entró a la choza y tomó a su hijo en brazos, lo levantó hacia el cielo y gritó ¡Naré!, que en lengua abipona quiere decir fuego... de esa manera también quedó bautizado su hijo. Luego tomó a su esposa en brazos y con ella y el niño, corrieron hacia el arroyo Saladillo cercano, se internaron entre sus aguas; dejó al niño en brazos de su mujer y regresó a la tribu para ayudar a su gente, que corría desesperada hacia el río.
El fuego destruyó todo, nada quedó de aquel campamento indígena; pero el nativo era terco y esa fue una circunstancia, así la tribu que con el tiempo construyó sus chozas.
Me siento libre como el viento, ágil y violento como un felino, lindo como el sol y suave como la luna; su padre se sentía orgulloso de él, que aunque tuvo otros hermanos, Naré fue el preferido del cacique.
Pero un día Naré formó su propia familia y con su pareja emigró de la tribu, otras parejas de abipones lo siguieron y un día encontraron un lugar excepcional... los dos Saladillos se unían... cosa que ellos jamás se habían imaginado, altas lomadas con frondosos árboles, buena caza, buena pesca...
Naré pensó: “éste es el lugar ideal, aquí siempre habrá aguas y peces... y siempre habrá caza, porque los animales necesitan agua para poder vivir”
¡Éste es el lugar para acampar y formar mi tribu!
Y allí se afincó con su gente, donde vivió muchos años en la unión de los Saladillos dulce y amargo, hoy Puente Las Cañas.
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