La mayoría de los cines en los pueblos han cerrado irreversiblemente sus puertas. En algunos casos, remodeladas sus salas para dar lugar a nuevos emprendimientos; en otros, su demolición definitiva para adecuar el espacio a las novedades que plantea la urbanización pueblerina.
Es posible que, a modo de testimonio, algún pueblo haya intentado preservar la vieja sala de cine con el propósito de que las nuevas generaciones no olviden el pasado de sus mayores.
Pero, en la mayoría de ellos, el cine es una cuestión del pasado. Un recuerdo sólo almacenado en el inconciente de viejos memoriosos.
Y son esos viejos memoriosos los que disponen de la alforja más preciada para rescatar del olvido lo que a veces poco importa recordar. En cada pueblo, en el que alguna vez funcionó una sala de cine, quedan las pistas de aquellos que pudieron disfrutar de su magia.
Ir al cine en un pueblo era mucho más que ir a ver una proyección cinematográfica que nos aproximara al mundo de la ficción. El cine era mucho más que eso. El cine, el espacio del cine, era un ámbito de sociabilidad fundamental. Un punto de encuentro en el que se forjaba una identidad común y lazos de pertenencia entre la gente del lugar y las familias de las colonias cercanas.
Lo que sigue, es una pequeña reseña del cine mi pueblo.
A mediados de la década de los años ’30 del siglo pasado, el cine sonoro pasaba a constituir una realidad en muchos pueblos del interior del país. La Criolla, no fue ajena a esas innovaciones.
Los primeros ensayos cinematográficos habían sido de cine mudo cuyas proyecciones se realizaban a cielo abierto en el patio de la casa de don Víctor Colauti. Apelando a la historia del cine de aquellos tiempos, me imagino las caras de los concurrentes disfrutando de las grandes proyecciones de Charles Chaplin: “El vagabundo”, “El Chico”, “Tiempos Modernos”; en el género de terror, “La novia de frankenstein”; “King Kong”; “El último malón”, proyección santafesina sobre el levantamiento indígena en tierras litoraleñas…
Recién a partir del año1940 el cine tuvo su sala cubierta. Don Nicolás Nitri, un inmigrante italiano llegado a estas tierras hacia 1900 y a quien se le atribuye ser el fundador del pueblo, inauguraba por aquellos años la primera sala cubierta que denominó “Cine Florida”.
La sala no era muy grande pero estaba dotada de una muy buena acústica. El piso y el techo (cielo raso) eran de madera, la tela de pantalla (telón) cubría todo el ancho de la sala y al fondo de la misma había un altillo- también de madera- donde estaba el proyector. Tenía una capacidad de aproximadamente 300 localidades cubiertas totalmente con butacas (inicialmente sillas de madera plegadizas), lo que confería de muy buena comodidad a los espectadores. Se proyectaban dos películas semanales: los sábados y los domingos en horarios nocturnos.
El proyectista especializado era un vecino del pueblo: don Roberto Tión que había sido contratado por Don Nicolás. A Tión lo ayudaba el hijo del dueño, Buby, de aproximadamente diez años. Con el correr del tiempo, el niño ya hombre, aprendió el oficio y reemplazó a su maestro. Toda semejanza con la historia del film italiano “Cinema Paradiso” de Giuseppe Tornatore, es pura coincidencia.
A mediados de los años ’60, la muerte de Don Nicolás coloca al “Cine Florida” al borde del cierre, lo que va a ocurrir poco tiempo más adelante. Un señor de la vecina localidad de Gobernador Crespo, José Luís Acosta- cacha-, será el encargado de darle continuidad al viejo cine mutando su también vieja nominación por la de “Cine Mayo”, aunque respetando la misma tesitura de funcionamiento.
Atrás quedaba toda una época y con ella los grandes clásicos del cine que emocionó a tanta gente. Algún viejo memorioso recuerda “Besos Brujos” con Libertad Lamarque; “Bartolo tenía una flauta” con Luís Sandrini; Las primeras películas de Isabel Sarli que el público masculino deleitaba desafiando algunos conceptos impúdicos de la época; Los cinco grandes del buen humor con los inolvidables Zelmar Gueñol, Juan Carlos Cambón, Guillermo Rico, Rafael Carret y Jorge Luz. Y la cartelera internacional con proyecciones como “Lo que el viento se llevó” con Clark Gable; “La diligencia” y “Rio Bravo” con Marion Robert Morrison más conocido como John Waine; “Marcelino pan y vino” una proyección española…
El cine Mayo incorporará a su programación una novedosa zaga de directores argentinos que en variedad musical vendían a los cantantes más populares de turno: Palito Ortega, Leo Dan, los inicios cinematográficos de Sandro; Leopoldo Torres Nilson y su Martin Fierro con Alfredo Alcon y gran elenco de primerísimas figuras de la pantalla grande. Las mismas se combinaban con proyecciones internacionales del tipo western en las que recuerdo a Randolph Scott como protagonista; de terror con “El canario tiene garras” y “El cadáver en el diván”; además de las de aventuras con el inolvidable señor de las mujeres más bellas y de los autos más caros: Jean Paul Belmondo y Alain Delon por quien las mujeres suspiraban en la platea.
A fines de esa década de los años sesenta, la televisión irrumpe masivamente en la zona colocando de nuevo en jaque al cine del pueblo. Lentamente pero sin pausa, el espacio aéreo sobre las casas del pueblo fue cambiando el paisaje, y decenas de torres de hierro estructurado entre 18 y
En 1970, el propietario del “Cine Mayo”, decide su venta y emigra con su familia hacia la ciudad. El pueblo se queda otra vez sin su cine.
Hubieron de pasar varios años hasta que el cine llegara nuevamente al pueblo. Ahora de la mano de un descendiente de inmigrantes otomanos, Jacinto Asad, hijo de un encantador de serpientes de circo, que desde 1965 deambulaba con su cine rodante.
El “turco” –como le decían a don Jacinto- llegaba al pueblo muy temprano y con su propaladora recorría las calles del pueblo anunciando las películas a proyectar.
La Criolla volvía a tener cine. No será el cine que las generaciones más viejas habían conocido. Los espectadores serán jóvenes que no habían vivido los años dorados de las primeras proyecciones cinematográficas en el pueblo. No obstante las funciones serán a sala llena confirmando no sólo el encanto mágico que aportaba el cine en si mismo sino también la necesidad de trascender el hecho cinematográfico al transformar al propio cine en un espacio de encuentro que forjará y potenciará lazos de pertenencia entre sus concurrentes.
Las proyecciones más taquilleras del momento pertenecían a la zaga de los hermanos Sofovich, con comedias pasajeras en las cuales se destacaban Jorge Porcel y Alberto Olmedo rodeados de las más vistosas vedettes y modelos del momento que se mostraban muy ligeras de ropas.
La cartelera del cine del “turco” estaba cargada de este género de películas que convocaban a cientos de miles de jóvenes en todo el país, y por consiguiente, en cada uno de los pueblos que disponían de una sala cinematográfica, entre ellos, La Criolla
- ¿Escucharon al turco?..., esta noche da una prohibida le dijo de pasada Miguel a Luís y a Raúl. ¡Nos vemos en la esquina a las ocho y entramos todos juntos..!.
La esquina seguía siendo la vieja sala del cine Florida de don Nicolás Nitri y del cine Mayo de José Luís Acosta.
Y si hablamos del cine del turco como no recordar al “negro” Ledesma que era el contraseñero. “Tiquila”, mote al que también respondía Ledesma, esperaba al turco para que abriera la sala, y mientras recorría las calles del pueblo con su propaladora, limpiaba y acomodaba las butacas. Luego, a un costado de la boletería, se acomodaba para recibir los tiket de entrada…
Hacia fines de 1977 los problemas de salud que aquejaban a Don Jacinto lo alejaron progresivamente de la profesión que, según su esposa, había abrazado por más de 40 años por decenas de pueblos y colonias de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos. La Criolla nuevamente vuelve a quedar sin cine (aunque no de manera definitiva) y, en ese tiempo, recibe el peor golpe de su historia: la demolición del histórico edificio de su sala que entre 1940 a 1978 disfrutaron distintas generaciones de criollences.
Una nueva experiencia de cine llega al pueblo. Y será un hijo del pueblo quien tome la posta: Roberto Tión (tito), hijo del proyectista del cine Florida. La nueva sala se instala en el interior del viejo edificio de la recordada tienda “La Morocha”. La inauguración se realizó el 19 de agosto de 1978 y la proyección central de ese primer sábado nocturno del nuevo cine fue “La fiesta inolvidable”, con el genial actor francés Petter Seller.
Pero la vida de este cine conocido en el pueblo como “el cine de tito” estaba destinado a una nueva frustración. Ahora sí el cierre del cine de La Criolla será definitivo.
Nota:
Homenaje: a “Buby” Nitri (“… el hijo del dueño…”) quien me contó la historia del Cine Florida.
Agradecimiento: a la señora Deolinda Lazzaroni, esposa de Don Jacinto Asad por los datos históricos que muy amablemente me brindó del cine ambulante de su esposo.
A José Luís Acosta (Cacha) por su valioso aporte histórico en el recuerdo del cine Mayo.
A tito Tión, propietario del último cine de La Criolla
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